Como ya he mencionado anteriormente, gran parte de los fumadores se inician en la adolescencia. Ahora bien, vamos a intentar analizar las causas.

Contrariamente a lo que se piensa, es inmensa la incomodidad -y a veces hasta rechazo- que puede llegar a sentir un fumador. Para entenderlo y relacionarlo mejor vamos a poner algunos ejemplos, aunque son infinitos:
El fumador entra a una casa y antes de notar siquiera la ubicación de los muebles, los ojos ya están en busca de un cenicero. Y en caso de no haberlo, se pide permiso para fumar sintiendo vergüenza.
Tiene miedo e inseguridad de hablar con un desconocido, porque sabe que su boca irradia un asqueroso olor a humo.
Le da hasta vergüenza sonreír por las manchas que causa el cigarrillo en los dientes.
Percibe el desprecio que le causa a otros el olor a cigarro inpregnado en su ropa.
Las mujeres deben sobrellevar el constante cuidado de las manos a causa de las manchas amarillas en los dedos. Los hombres no son la excepción, pero pocos se preocupan por esto.
Sufre la resequedad en la piel del rostro acompañado por dos manchas que encierran la nariz.
Padece la molestia de estar en un lugar libre de humo y tener que retirarse para calmar el vicio.
Convive con la incomodidad que generan los no fumadores al decir “¿te vas a prender otro?” o “¿ya estás fumando?”.
El fumador que se está iniciando no suele tener en cuenta ni sufrir estas consecuencias. Sin embargo, son notables -en muchos casos- a los pocos meses de comenzar con el mal hábito, cuando el cuerpo ya generó la dependencia.
No solo no disfruta fumar, sino que también siente culpa y en algunos casos hasta envidia por aquellos no fumadores que siguen su rutina sin esa necesidad de calmar al bichito que dice “fumá”.
Sin embargo, es atinado resaltar que al dormir, pocos –por no decir nadie- son los que despiertan por la madrugada a encender un cigarrillo. ¿Por qué entonces podemos decir que es necesario? La molestia que se siente al no encender un cigarro (esa que hace que muevas la pierna o lleves las manos a la boca) no afecta mientras se duerme. Por lo tanto, es una “molestia” tan mínima que no llega ni a despertar a la persona.
Más de una vez el fumador ha comprobado que no es necesario el primer cigarrillo de la mañana (que dicho sea de paso, es horrible y hasta genera dolor de cabeza y/o náuseas). Es decir duerme, pasa unas 6 u 8 horas sin fumar, se levanta y puede “aguantar” alrededor de unas 4 horas más sin encender uno. Lo que confirma que esa “molestia” es casi imperceptible hasta que el fumador pasa a ser consciente por algún movimiento producido en la abstinencia, como por ejemplo, la sensación de vacío en las manos.

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